Ysur
Paula y Francisco eran una pareja joven, vivían en un barrio chico de Capital Federal, tenían un poder adquisitivo alto, trabajaban en rubros interesantes y, lo mejor de todo, tenían un hijo de cuatro años, Sebastián, que parecía ser su orgullo y felicidad. En términos generales, podríamos decir que eran una familia feliz.
Paula era contadora en una reconocida firma, aspiraba a ser la jefa de su empresa; mientras que Francisco era arquitecto y trabajaba para un estudio especializado en la construcción de viviendas sociales. Él era feliz haciendo lo que le gustaba.
Hacía tiempo que la familia tenía programado un viaje a una exótica isla.
Ysur quedaba en un paraje no muy lejano al oeste del mar Ártico. Luego de un breve viaje en avión, un destartalado ferry los llevó hasta su destino soñado. La arena blanca tocaba los pies de Sebastián que tenía una expresión de admiración en su rostro: una selva inmensa se veía a unos metros, el mar transparente hacía al paisaje muchísimo más placentero y hasta parecía que no estaban mirando la realidad.
Una mujer bastante mayor se les acercó a paso lento y llamó su atención. Se presentó como Sonia, la dueña del hotel. Mantuvieron una conversación bastante informal, pero Sebastián, perceptivo, pareció tener un mal presentimiento sobre ella, no dijo palabra alguna de las que tan bien sabía decir. Sonia los condujo hacia su habitación, que no era gran cosa, pero llenaba las expectativas que tenían. Con voz agridulce, invitó a la familia a una cena de bienvenida con manjares típicos de la isla para esa misma noche. Con gusto, Paula y Francisco aceptaron el convite.
Entrada la noche, los tres en el lobby, no tuvieron que esperar mucho tiempo a Sonia, que apareció súbitamente, casi como un espectro, vestida con ropajes que parecían ser de los pueblos originarios, situación que les resultó bastante extraña. Sin hablar, Sonia los guió hacia la playa. Una escalofriante oscuridad y el romper de las olas los recibió. A lo lejos podía verse una fogata.
Tomaron asiento sobre unos troncos, cerca del fuego. Dos camareros trajeron lo que parecía ser un trozo de carne jugoso y extraños vegetales. Mientras distribuían el alimento, la dama comenzó a hablar y ellos, a comer.
-Les voy a contar la historia de esta isla.
Paula y Francisco parecieron emocionados e interesados por escuchar la historia, mientras que Sebastián miraba fijamente a Sonia con desconfianza.
– Ysur, es el nombre de un dios maya, el de la memoria y el olvido, dicen que se personifica en bruma o viento. Cuenta la leyenda que Ysur elegía una familia feliz, hacía que los padres olvidaran a sus hijos, tomaba los recuerdos alegres de los niños, obligándolos a entregarse en sus manos para el sacrificio.
Las caras de los jóvenes cambiaron por completo: ya no parecían emocionados, sino aterrados. Sonia se marchó hacia la selva. La familia se levantó y caminó lentamente de regreso a su habitación.
De repente, un fuerte viento arrasó con el fuego. Todo quedó a oscuras, nadie podía ver, las ráfagas eran tan fuertes que no dejaban que la familia se moviera. Los tres temieron por lo mismo. Cuando el ventarrón cesó, recuperaron la compostura. Con decisión, quisieron volver a sus aposentos, pero ahora, otra fuerza los mantenía en su lugar, una densa bruma comenzó a aparecer y tomar forma, se detuvo frente a ellos que, aterrorizados, emitieron un grito desgarrador. Paula y Francisco se aferraron a su hijo pero les fue imposible. La figura que tenían enfrente comenzó a succionarlo, la cara de Sebastián fue tomando un tono más pálido y su expresión cambió drásticamente a una de decepción y tristeza. A paso lento se fue acercando al dios, sus padres fueron cayendo en un sueño profundo y dejando que su hijo querido se rindiera a Ysur.
Paula y Francisco despertaron en la habitación de su preciada casa. No recordaban nada de lo que había pasado, o siquiera si todo lo que había sucedido había existido en realidad.
Muy bien, Vera. Muy buen relato.
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